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ENIGMAS DE UN VENDEDOR AMBULANTE


La violencia en Colombia ha provocado innumerables desastres en el país, el desplazamiento forzado es una de ellas, donde hasta el 2015 la cifra de personas que salieron en contra de su voluntad de sus hogares pasaba por los seis millones y medio de habitantes.

Obligados a dejar sus tierras migran a las ciudades para empezar con el famoso “rebusque” y poder conseguir las comidas del día para sus familias, o para juntar el dinero necesario y pagar la cama donde descansarán sus hijos una noche más. Muchos encuentran en las aceras de las calles una posibilidad de trabajo, sea vendiendo películas piratas, jugo de naranja o los minutos a todo operador, se convierten en vendedores ambulantes, comerciantes formados en las esquinas.

Sandra Vanessa Espitia es un reflejo de esta situación, hace más de un mes que habita las calles de Ibagué, esta Bogotana, en compañía de su esposo tolimense y sus 3 hijos, son desplazados y ahora vendedores ambulantes, dos situaciones preocupantes que, dicho en palabras de Sandra, en este país no significan nada.

La jornada

Todos los días se levanta a las 4 y30 am, prepara el desayuno para su familia y el almuerzo para ella llevar a su trabajo, ya que si almuerza en la calle estaría gastando las ganancias del día y esto afectaría el sustento de su hogar; luego organiza su casa y camina 45 minutos desde el barrio Uribe Uribe, donde se encuentra ubicada su residencia para empezar su jornada laboral en su puesto de dulces ubicado a una cuadra del centro comercial la Estación. La jornada es aurdua, de 7 a 9 de noche; Sandra es una mujer robusta, de piel trigueña, cabello recogido y un rostro que refleja mucha amabilidad a pesar de la situación que atraviesa, ella siempre atiende de la mejor manera su puesto ambulante.


Los altibajos en su negocio los vive día a día, no solo por las dificultades que atraviesa para poder empezar su jornada, por el contrario, se encuentra también con la Policía, habitantes del sector, incluso por sus mismos clientes, que sin importar la vida de ellos como trabajadores han intentado acabar con su puesto con argumentos de invasión de espacio público, y las repetidas quejas por los “vecinos” argumentando que es una mala imagen para el sector ya que se forman desordenes de gente haciendo ruido. Además, los caracterizan como personas indecentes e incluso deben aguantarse insultos de dichas personas donde se quejan diciendo que son marihuaneros, que expenden drogas y cosas por este estilo, también se encuentran las dificultades con los taxistas.

Sandra dice que al querer todo regalado, y ella negarse de las peticiones en la rebaja de sus precios, debe aguantar insultos o incluso el rapto de sus productos de maneras innecesarias pero que de igual modo causan problema para el negocio y la vida de Sandra y su familia.


Por cuenta de la falta de oportunidades laborales de la ciudad, Sandra ya perdió la cuenta de la cantidad de hojas de vida que ha pasado en restaurantes, panaderías y almacenes, cree que el ser vendedora ambulante es lo único que puede darle alguna ganancia en Ibagué, incluso, se ha puesto en la tarea de buscar ayuda del gobierno, pero cuenta que se le van los días sentada, esperando apoyo de las que ya convencida dice, no van a llegar.

Por supuesto Sandra no quiere quedarse en la calle, sueña con una tienda propia, quizás un negocio fijo donde no tenga que vivir con el terror de ser desalojada del lugar, solo necesita más días donde su puestico le dé más de lo normal, y poder ahorrar, o simplemente que se le presente una oportunidad buena en la vida, aunque está segura que las cosas buenas no siempre le pasan a las buenas personas.


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