Los vagos en las montañas

El azul cambia sus tonos y se torna en un naranja difuminado que baña las plantas y los caminos con ese color que marca el inicio del día. Entre los árboles se escuchan los recipientes de plástico que golpean las hojas y ramas; se ven los sonidos de las correas que los sostienen al cuerpo de esos hombres caminantes.
“Morocho” después haber ajustado los detalles asoma su cuerpo expuesto al sol únicamente en las manos y parte de su cara. Va por la inclinada pendiente en busca de los surcos que guíen su ruta diaria entre las ramas.
En su llegada elige el espacio entre las plantas de café. Pasa sus manos entre las ramas y con gran destreza mueve sus dedos para poder tomar el fruto del árbol. Este es un ritual que como recuerda ha repetido desde que salió de su casa, pues lleva dos años conociendo el país a través de estos cultivos.
Empezó su travesía con veinticuatro meses menos de los que tiene hoy buscando con sus compañeros entre montañas el patrón que le diera trabajo. Sus amigos de viaje ya conocían al jefe en Chinchiná, Caldas, con el que iban a trabajar y al que convencieron de contratar a morocho.
Él ya sabía del oficio, pues, desde muy pequeño ayudó en la finca de sus padres. Antes morocho había salido unas pocas veces de su casa, pero estas ocasiones fueron cosa de dos meses.
En medio de estos trayectos, probablemente, consiguió esas dos pequeñas cicatrices que están bajo sus ojos de pupilas tan negras como un tinto. Hablando de tinto y llegó la bebida. "¡Uff! y trajeron buñuelos hoy" dice mientras recibe “el algo” de la mañana.
Harold, de la misma imponente estatura que morocho, pero con más leche que café en la piel, le pregunta al otro por qué ha estado tan callado, entonces "Tengo gripa y por eso no hablo tanto" le responde morocho.
No fue molestia para empezar a contar que no había tenido muchas enfermedades en sus viajes, y que muchas veces enfermarse en medio del trayecto es mortal.
En algunos lados como en una finca donde trabajó en Andes, Antionquia "La cuestión es que quedan muy lejos del pueblo y para gastar la plata en medicamentos se queda uno sin nada". Así que prefería pasar la enfermedad y esperar, pero que eso igual afectaba el rendimiento y la fuerza que tenía para cargar los costales.
Saca del cinturón que lleva y de donde cuelga el Coco (recipiente para el café) unas hojas que se le pegaron, toma el tronco del palo para ponerlo a su altura y así sacar los frutos de la copa.
Cuando se fue de su casa, su madre ya estaba acostumbrada a no escuchar a sus hijos por dos o tres meses, así que según dice, no pasaba nada con sus ausencias. En el viaje que ya contaba, después de Chinchiná, decidió tomar camino hacia Andes, un pueblo de esos que no parece pueblo sino una pequeña ciudad.
"Había mucha gente en esos días andando por los parques, los carros que toman las rutas para las fincas salen llenos. Para la cosecha el pueblo se llena de personas que se conocen porque llegan cada año para más o menos las mismas fechas".
Después de pasar por Andes se fue para el sitio donde lo apodaron el “Cachaco” "Eso para los de la costa todos los del centro son cachacos". Allá se tomó un tiempo de descanso para pasear por los parques, tenía muchas ganas de pasar por la sierra nevada, pero la plata no le alcanzó. Así que se tuvo que conformar con ver desde las bajas montañas como el sol se asomaba y se escondía todas las noches.
Por eso es que viajó por dos años seguidos sin volver a su casa y pues, llamaba de vez en cuando a preguntar por su mamá, pero parecía no importar que andara tan lejos. Harold interrumpe "No sé, ni pa’ qué le pregunté porque no hablaba, ahora no lo calla ni la gripa".

El sol se posa en el centro del cielo, golpea con intensidad las ropas y piel de quienes bajo él trabajan. morocho saca su celular y prepara su fibra (bolsa tejida) para bajar la primera carga y sentarse para el almuerzo. Llama a Harold y le dice que se ven abajo “Avísele a la señora Ana que ya es hora”.
Ella es una mujer con arrugas marcadas en su rostro, parece siempre estar sonriendo, pero tiene una peculiaridad y es que no puede hablar.
En la mesa sólo tienen dos muros que los envuelven como si fuese un pasillo, tienen los ladrillos al aire, sobre estos se ven puntillas de las que cuelga un almanaque Bristol. Es una pequeña cartilla de portada naranja que según cuenta Adalberto tiene desde información sobre la posición de los astros hasta chistes de doble sentido.
Morocho bebe una limonada endulzada con panela y mientras le pregunta a Adalberto sobre sus días de camino y andanza.
"Beto", como le dicen de cariño, es un hombre con ya muchos soles en la espalda, cuenta que su papá fue quien le enseñó a trabajar así y que desde los 10 años visita una finca en Chinchiná para recoger el café de ese sector.
La plata que recogía normalmente tenía como finalidad ayudar a la familia, pero con el tiempo las mañas se van a aprendiendo; dividía su dinero en sus gastos fundamentales: La comida y su dormida los fines de semana en el pueblo. Lo demás lo gastaba en las mujeres, el juego y trago.
Las mujeres como dice morocho ¿Son mujeres fáciles o mujeres de cuarto pago? a lo que Adalberto responde que ya a la edad que está no se siente bien buscando mujeres fáciles o putas “siento la necesidad de asentarme y tener una pareja seria”.
Las andadas de quién atraviesa el país con las fechas del café, no son andadas de pareja fija. Morocho y Harold se miran, y entonces Harold dice que cuando empezó a salir de su casa, hace ya un año iba a los puteaderos, pero que luego se cuestionó a sí mismo sobre lo que hacía y empezó a buscar mujeres fáciles.
En esas la sopa y el seco se acaban de los platos de los muchachos. Entonces se levantan de la mesa para buscar cobijo en un árbol de gran talla cuya naturaleza es desconocida, pero de la que son testigos todos, es nido de gallinas.
Morocho, cuenta que una vez cuando estaba en Andes salió en la noche de sábado al parque, todo parecía normal, la gente en las discotecas y eso, pero que vio una “pelaita” que se veía linda y decidió ir al sitio donde ella estaba. Allá la sacó a bailar, la “nena” le siguió el juego. Entonces él le preguntó que si tenía donde dormir esa noche.
Ella respondió que se quedaba en la casa de la abuelita, así que morocho se fue a comer algo en el parque. Ya estaba alistándose para ir solo esa noche a su pieza, fue entonces cuando la muchacha apareció y le dijo que si todavía se podía quedar con él, y parece que con la misma sonrisa que lo contó, se fue a dormir; "a darse calor con la china esa noche".
Adalberto sí hablaba de lo más normal que veía y le pasaba. A veces pensaba en no tirarse la plata e irse para su pieza temprano, pero de la nada aparecía un amigo que le decía "vamos a esa cantina que hay una muchacha linda y le gasto una pola".
“Pues, yo accedía y cuando me daba cuenta ya nos habíamos terminado una canasta, estaba cantando canciones y con cuatro amigos más al lado comprando cerveza”. Mientras, Harold mira el reloj le dice a morocho que ya era hora, este asiente y salen en camino sin Adalberto, que viaja para Ibagué, Tolima, en la tarde.

El paso del sol en el cafetal, es claro, se sostiene con una intensidad que fatiga y cansa a cualquiera. En la tarde esa gorra y ese buso de manga larga que los cubre les hizo más tolerable el rato, parece ser un gran beneficio también el que haya algunos palos de café más altos que ellos.
Morocho que, aunque sudaba por el trabajo y el sol, agradecía traer de pantalón una sudadera y no un bluejen desgastado y viejo como los demás. Supone es más fresco que el otro, así que está mejor para él.
“La de la mochila azul, la de ojitos dormilones” canta Harold y morocho le reprocha, “ahora que porque grabó una canción de reggaeton viene a dárselas de cantante”. Resulta que Harold vivió un tiempo en Bogotá y en ese entonces no hacía mucho, conocía gente de un estudio de grabación, escribió la letra de una canción y no quería que otro la cantara. El resultado lo carga en su celular y la muestra con orgullo, aunque no sea muy buena.
En la tarde la memoria les recordó relatos de Adalberto, parecían pensar en el tiempo que la mayoría de ellos pasaba lejos de sus casas o de sus familias.
Morocho cuenta que conocía a un muchacho, no tan muchacho, en la zona del cauca. El hombre vivía con la mujer en una finca y salía a las cosechas para sacar plata cuando no había cultivos en la finca propia.
Él siempre giraba la mitad de la plata que se ganaba a su mujer e hijos, el resto como los demás, se lo tiraba en putas, porque eso sí que le gustaba al hombre; ir a tomar en las cantinas donde aquellas trabajaban y allá pasaba las noches de los fines de semana.
El "man" era de los juiciosos y lejos de su casa sólo estaba cuatro o seis meses. Harold conoció un tipo que llevaba 20 años lejos de la casa de los papás y no conseguía mujer, porque no quería quedarse en ningún lado. Según les contaba cuando estaban en Chinchiná, le parecía que tenía hijos en algunos lados, como Andes, pero no sabía si las mujeres con las que había estado todavía vivían en esos sitios y la verdad parecía estar tranquilo no haberlas vuelto a ver.
“¡Oiga mano, no dizque iba a trabajar juicioso!” le decía Harold a morocho.
-Pero es que usted se pone a contar vainas y lo distrae a uno- Le decía morocho en tono burlesco
-Pues, como se ponen a preguntar, yo respondo- Decía Harold mientras miraba a morocho a ver qué respondía.
“La verdad es que acá en el Tolima es bueno porque a uno le dan la comida y no tiene que pagarla” morocho le sacaba el cuerpo a Harold contando cómo son las cosas en Eje cafetero y la costa.
"Allá eso son casas grandes y como reciben en cada finca 100 o 200 trabajadores, lo que tratan de hacer es tener varios de esos sitios para vender comida a los andariegos.
Se habla con la señora que atiende y se cuadran precios, a veces no son los más favorables porque no queda mucha plata y la comida no es tan buena; en especial porque eso son fríjoles todos los días, es lo que más le sirven a uno, y eso el plato se ve vacío. Además, esa vaina es más un guiso de plátano que fríjoles, pero si uno no tiene más, pues, eso paga y eso come”.
Al final como dice Adalberto, lo enseña a vivir, a no ser remilgoso y lo pone a sufrir un poco. Harold le llama la atención a morocho y le dice que ya es hora, entonces miran al lado donde está la señora Ana, que debe estar cansada de escucharlos hablar. La llaman para que termine y vayan a entregar lo que recogieron en la tarde.

El hombre que los recibe en la casa es un hombre con un bigote espeso, sin barba, con ropa que igual parece de trabajo y a diferencia de los muchachos no usa una gorra, sino un sombrero para cubrirse del sol.
“Entonces patrón, vamos a probar como nos fue en la tarde” le decía morocho a Salomón, que está plantado al lado de una pesa con un gancho de aquellos que aparecen en las películas de terror o de los que se ponían los piratas en sus manos mancas.
El primero en pasar es Harold, pone su bulto a colgar de la pesa que marca lo mismo que una muchacha flaca de menos de metro cincuenta, 45 kilos. Con el cuaderno en mano, Salomón, en un cuadro diseñado por el mismo, pone lo que cada uno de los trabajadores ha recogido; en la finca en este momento hay sólo tres trabajando, pero en ocasiones llegan a ser hasta doce o trece.
Normalmente el pago por cada kilo es lo mismo que lo que se paga por un bom bom bum hoy día, 300 pesos, pero ahora les están dando una moneda amarilla de más; lo que quiere decir que con 4 kilos se compran una pola.
En medio de chistes de Harold porque morocho no llegó a coger lo que quería, termina el pesaje y van a comer en la mesa aquella que ya no se ve iluminada por el cielo, sino por un bombillo que cuelga de un cable a la vista de todos.
Harold al terminar se va en su moto, morocho se queda en la casa, pues vive muy lejos y no tiene como transportarse. Entonces se organiza y dice que de pronto vaya a visitar a su madre el fin de semana, que tiene ganas de comprarse una guadaña para ir a trabajar al Cauca o que este fin de semana quiere ir a pasar un rato en la discoteca, que ya buena falta le hace.
Quizá de nuevo tenga decepciones con algunas mujeres, como una vez que vio a una chica en Chinchiná, Caldas, la muchacha parecía bien, bailaba bien y todo, pero resultó ser muy periquera y "eso ya da mucho jartera", por eso mismo esa noche se escapó y fue dormir temprano.