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“Soy diferente, soy auténtica”



Es fácil entender que ser parte de una universidad no se trata solo de estudiar una carrera. Es también aprender a convivir con diferentes tipos de personas. Es probable que solo hasta el tercer semestre de estancia en la universidad, se definan los grupos de amigos con los que se siente afinidad, pues a veces cuesta adaptarse a los cambios de personalidad que tienen. De cualquier manera, existe un sinfín de posibilidades de conocer nuevos rostros con los que puedes hablar cada día sobre las clases y algunos disparates de la vida.

Eso me obligó a dar el primer paso. La manera correcta de convivir con personas que creía distintas a mi, se trataba simplemente de empaparme de sus actividades culturales. Y digo simplemente, porque es inevitable enamorarse de las raíces y el patrimonio de los demás. La universidad es un espacio para la inclusión y no se trata de hacerle propaganda, es totalmente cierto que existen dentro de los compus universitarios, los activistas, grupos de apoyo, colectivos encaminados a la inclusion y la diversidad.

Una vez, tuve la oportunidad de presenciar un espectáculo de colores en un rincón de la Universidad del Tolima. Para ser precisos, era un 21 de mayo, sin duda un día especial para el Colectivo Soweto. Ese equipo de estudiantes Afrodescendientes, que se valieron de imágenes, sabores de platos típicos traídos de sus tierras y unos cuantos globos azules y rojos para adornar un pequeño teatrino. Desde lejos trate de encontrar el motivo de tal celebración, y fue entonces como recordé que en Colombia, la abolición de la esclavitud tuvo lugar el 21 de mayo de 1851. Una fecha instaurada en ese entonces por el presidente de la Republica José Hilario López, priorizando la libertad oficial de los esclavos. Es así como después de 150 años, el expresidente Andrés Pastrana declaro el 21 de mayo como el día de la Afrocolombianidad, enalteciendo los lazos que la cultura nacional tiene con el pueblo negro.

Me acerqué a la fiesta con el son de las tamboras. Sentí el calor y la humedad del pacifico colombiano corriendo entre mis venas. Nunca supe, si se tratataba de mi imaginación, pero desde lejos alcanzaba a escuchar las olas del mar en donde hombres y mujeres cantan versos de amor. ¡Que orgullo ser afrocolombiano!. Les grité a mis amigos desde lejos y aunque respondieron con los labios fruncidos, seguí mi camino con ese movimiento circular que ya venía desde mis tobillos, lentamente hacia mi cadera.

Estaba sufriendo un transformación. No existía nada ni nadie en ese escenario musical y cultural. Era mi cuerpo encontrándose con ese pasado que lleva la sonrisa de miles de esclavos luchando por su libertad. Estuve tanto tiempo con los ojos cerrados, que olvidé por completo mirar hacia adelante, y choqué con una mujer que lo cambiaría

todo.


Vi sus ojos y no encontré otro remedio que ofrecerle disculpas. Pero ella prefirió decir “no te preocupes, no pasa nada”. Su voz de inmediato lo dijo todo. Llevaba un vestido a rayas que lucía bien en su cuerpo en forma de ocho y un caucho pequeño recogía su cabello como cola de caballo. Se trataba de una mujer con identidad afrocolombiana. No tuve que sentir su piel para darme cuenta de que es tan suave como la seda y tan fuerte como el roble. Sus amigos le gritaban “Claudia solo faltas tu”.

Ese era su nombre, pero no se trataba de una Claudia cualquiera. Esa chica que mide un metro con setenta y seis centímetros de altura, es la misma estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la que un día me hablaron en uno de los pasillos de la universidad. Teníamos entonces algo en común: cursábamos el mismo semestre educativo, aunque en grupos diferentes.

De sus amigos sabía que es una estudiante de calificaciones altas, pero los elogios no servían de nada porque Claudia prefería llevar un perfil bajo para reírse de las alocadas aventuras de sus compañeros. Tan cerca estuve de su sombra esculpida en el suelo. Ya la espuma, el sol, un cielo estrellado se asomaban tras ella para adornar su camino. Y es gracias a ese tremendo espectáculo, que descubrí el deseo de ahogarme en el sabor de un amigo o amiga afrodescendiente. Acordando entonces aprovechar esta oportunidad para acercarme a Claudia y enamorarme de su historia.

Quería alcanzarla para iniciar una conversación con un “hola” pero Claudia tiene las piernas mas largas de todas y en un santiamén se encontraba en medio de sus amigos. Se abrazaron y dieron besos en la mejillas. Parecían la mejor familia de todas. Con pena me acerque y les pedí una breve exposición del stand. Al escucharme, sacaron un pequeño vaso de plástico, sirvieron en él una bebida. En servilleta tomaron un trozo de pastel y ambas cosas, las pusieron en mis manos. Me sentía como en casa.


Las mujeres tenían puesto un enorme turbante y vestidos de todos los colores. Los hombres llevaban camisa blanca que confirmaba la severidad de sus cuerpos, unos delgados y otros macizos. Corrían de un lado hacia otro hablando con acentos que desconocía por completo. Los que estábamos esa tarde en el teatrino de la universidad, tuvimos que parar la oreja una y otra vez para entender lo que tanto decían. Poco a poco la experiencia se torno en un juego de palabras.

Entonces hablaron de Mandela, nombraron a Will Smith, escuchamos la historia de la Colombiana Francia Marquez que recién ganaba el nobel ambiental. Pero admito que fue imposible quitarle los ojos de encima a Claudia, quien seguía refugiada detrás de los globos como si le costara entablar una amistad con el resto de visitantes. Cuidadosamente, sin que se enojara, me acerque y le dije: Hola, ¿Cómo estas?

-Bien y ¿tu? – respondió.

Alcance a ver su enorme sonrisa y esa dentadura que sobresale de su rostro pero que juega bien con su nariz pequeña. Su belleza me cautivo y mi propósito no era enamorarla, se trataba de un compromiso con mi humanidad. Estaba seguro de que Claudia podría ser una amiga incondicional, hasta la mejor amiga de todas.

Apenada y con poco por decir, corrió su cabello hacia atrás, se acomodo el vestido para lucir mejor y me invito a disfrutar de los platos que sus amigos ofrecían. Con un gesto amable le hice saber que estaba satisfecho, pero hice hincapie en la amistad. Le explique que había una batalla dentro de mi que solo concluiría con mi enriquecimiento de la cultura afro.

  • Si quieres podemos caminar y nos conocemos.

  • Claro, estoy de acuerdo. Respondí.

Caminamos por el pavimento del corredor mas largo, era casi interminable. La noche se pronunció con pequeñas gotas de lluvia. Pero ni la lluvia, ni la noche, ni los sonidos exasperantes de esa hora eran obstáculo para mí. Lo que si me preocupaba era la enorme distancia entre nosotros. Claudia se refugió en sus brazos, tenia la mirada agachada y evitaba mirarme a los ojos. Era tan tímida que no pudo iniciar la conversación. Temí que se sintiera insegura y que sus lentes se cayeran porque su rostro se inclinaba totalmente hacia el suelo. Algo si note y fueron sus labios pronunciados. Pocos saben que es propio de los afrodescendientes tener una mandíbula prominente, lo que provoca ese efecto “arremangado” en la boca. Estuve a punto de enaltecer esas y otras cualidades de Claudia, pero una voz que venia desde una multitud, me interrumpió. Alguien desde ese lugar grito “Negra”.

No pude evitar sentirme incomodo. Es claro que las universidades no alcanzan a extender a toda su comunidad un mensaje de convivencia estudiantil, tanto que muchos se dejan llevar por sus diferencias de raza, sexo, religión entre otras cosas. Por eso gustan de atacar a los demás, afectando tanto la integridad física o mental. Para esta ocasión quise solidarizarme con Claudia pero no le afecto en nada esa vago comentario. Aun así sentí la necesidad de preguntar:

-¿Esta bien que la llamen negra?

- Si lo hacen de una forma despectiva esta mal porque genera enojo y rabia. Pero hay quienes se dirigen a nosotros como negros o negras por nuestra identidad única y se convierte en un tema de cariño.

-¿Y que opinión tiene de esas personas que usan los términos “negro o negra” de modo insultante?

- Estas personas deben aprender mas sobre valores humanos y entender que socialmente los afrodescendientes tenemos un nombre. Y si tienen alguna queja por algo en especial, pueden dirigirse a nosotros al menos de esa forma. Si lo hacen de una forma despectiva es porque simplemente no se preocupan por el respeto hacia los demás.

Los ojos de Claudia se cristalizaron y entiendo su preocupación. Porque es en todo lugar, donde se escuchan expresiones como “me negrearon, mucho negrero o me toco trabajar como negro” todas con el mismo nivel discriminatorio. En el 2017, las principales quejas por discriminación que se presentaron en Colombia estaban relacionadas con la discapacidad, embarazos, condición de salud, orientación sexual y apariencia física. “Olvidé presentarme, mi nombre es Claudia Marcela Moreno Diaz, nací en Antioquia, me crié en Palmira Valle del Cauca y es por mis estudios que vivo aquí en Ibagué”

Esa era la presentación mas corta que haya escuchado. Claudia me hablo, queriendo cambiar el tema. Sus manos se empuñaban y de nuevo se abrían, parecía tener las manos mas grandes y los dedos mas largos que halla visto pero, le servian para alcanzar todos los sueños y metas que se propone. “Las personas dicen que no soy pura, porque no bailo, no soy bullosa, no soy una persona de ambiente. Tienen una idea de lo que son las personas afro pero yo soy diferente, soy autentica. Piensan que vengo de lugares como el Choco pero no es así”.

Confieso que me concentré tanto en su espalda gigantesca, en su altura exorbitante, y en su cabello mullido y blando, que pensé de inmediato en el Chocó. Sin embargo, Claudia tenia la razón. La afrocolombianidad es un termino que nace por la presencia de afrodescendientes en cualquier rincón de nuestro país. Sin mas, ella siguío. “Aveces siento que haber nacido fuera del Choco me ha dado la oportunidad de recibir una buena educación. Para nadie es un secreto la pobreza que atraviesa ese departamento. En estos momentos podría tener aproximadamente siete u ocho hijos, y eso no esta mal, pero afortunadamente mis padres me inculcaron la educación como algo muy importante para mi vida. Prefiero visitar el Choco para generar proyectos relacionados con el desarrollo y hacer un cambio social”.

El Dane dice que la población afro en Colombia representa el 10,6 por ciento del cual, el 8,1 por ciento tiene la posibilidad de entrar a alguna institución de educación superior. El dato sorprendente es que solo el 3 por ciento culmina el ciclo universitario. Entonces Claudia hace parte de ese 8,1% que está detrás de un sueño y desde ahora se lo toma a pecho. Las veces que la he visto caminando en medio del campus, cargaba su bolso o mochila con un gran número de fotocopias que lee constantemente. Sus atuendos siempre tienen que ver con la ocasión educativa o profesional. Colores neutros en sus blusas que muestran poca piel, jeans y zapatos formales. A veces inicia su día con una actitud diferente y es por eso que usa vestido corto, con escote pequeño para lucir su cuerpo con figura de botella y su piel la acompaña a todos lados dándole un porte especial, más bien la belleza autentica de la mujer negra.

Nuestros pasos por la universidad eran constantes y en uno de esos, nos topamos con el edificio nuevo del lugar. Se trataba de la Facultad de Ciencias Humanas y Artes de la Universidad del Tolima. Nos inmutamos de inmediato, porque ese es el lugar en donde se trabajan algunos proyectos que fortalecen nuestra carrera universitaria. A este lugar también le debemos nuestra formación profesional. Mi sueño es convertirme en un reconocido presentador de noticias pero Claudia en cambio, está en caminada a los proyectos sociales.

-Claudia, usted decía que es importante un cambio social en su comunidad. ¿Es por eso que decidió estudiar Comunicación Social y Periodismo?

-La carrera de comunicación la elegí porque me gusta escribir. Dentro de mis visiones esta escribir un libro y quiero que con este, pueda transformar las vidas de los lectores. La carrera básicamente me ha servido para fortalecer esta habilidad. También ha sido un puente para trabajar con algunas comunidades y dejarles algo.


-Usted tiene la oportunidad de escribir en una universidad pero otros afrodescendientes no alcanzan si quiera a terminar el bachillerato. ¿Por qué cree que sucede esto?

-En un tiempo, quise culpar a la pobreza que atraviesan las comunidades afro pero, para que alguien como yo llegue a lugares como la universidad, es importante que construyan una idea de lo que quieren y busquen las oportunidades. Hay chicos y chicas esperando en sus casas con los brazos cerrados, las oportunidades del estado y de eso no se trata. Lo mejor es depender de uno mismo y no de los demás. Hay otros que prefieren estar en paseos y en fiesta esperando que el gobierno les envié algún subsidio y creen tenerlo todo con solo 200 mil pesos”.

Es cierto. Cumplir con un proyecto de vida está estrechamente relacionado con la superación. También con esos sentimientos que nos obligan a alzar las manos y decir que si es posible. Sin embargo, hay casos en los que los afrodescendientes pueden tener el mismo nivel educativo que las personas blancas o mestizas, y sus oportunidades laborales son menores.

Pensé en ello y me preocupe entonces por el sostenimiento económico de Claudia en esta ciudad. Nacen algunas preguntas como ¿Si le alcanza para las busetas, las fotocopias, los libros, las impresiones, un arriendo, servicios?

Una de las cosas que tenemos en común los estudiantes universitarios son nuestros temas de conversación sobre las necesidades económicas. Parece que vivimos en novelas de televisión. Entonces Claudia seria la chica que lucha por un sueño, estudia, se hace un profesional y deja con la boca cerrada a muchos. Pero no pude explicar mis fantasías porque seguro se reiría de mí. Con gran delicadeza entonces le pregunte.

-¿Usted ha recibido algún tipo de ayuda del gobierno? – y con tono bajo y acerado dijo

-No

Quise saber más y entonces seguí con las preguntas.

-¿Tiene algún trabajo que la ayude monetariamente?- Esta vez con burla contestó.

-Trabajo como tal que yo diga que tengo unas prestaciones y que gano un mínimo, no. Pero si realizo monitorias académicas en el área de comunicaciones la universidad y a cambio me dan un incentivo por la labor que realizo.

-¿Cuánto gana?

-230 mil pesos

¿Y para que le alcanza? - Con una risa enorme en su rostro explicó. -Yo diría que para nada, pero mis padres me ayudan con el arriendo de una habitación. Entonces lo poco que gano lo utilizo para materiales de la universidad y para mi alimentación. El dilema es que a veces no pagan a tiempo y pierdo el equilibrio que vengo manejando con ese dinero


-Ser afrodescendiente en Colombia es muy difícil. El caso de Claudia me hace pensar en el 98% de los afrocolombianos que viven en estado de pobreza. Las políticas destinadas al desarrollo de la población afrocolombiana, están perdidas en una cortina de humo. En el extranjero tienen esa imagen de un afrocolombiano envuelto en fiestas, tipo playa, sol y alegría cuando en realidad a veces ni les alcanza para un trozo de pan. Los organismos nacionales e internacionales lo saben. Esta población es invisible en el país.

Claudia nunca se ha dado por vencida y es por eso que comienzo a sentirme orgulloso de entablar una amistad. Somos tan diferentes pero tan iguales al mismo tiempo. Puede parecer atípico pero creo en sus sueños. Apenas la conozco y su presencia me genera seguridad pero también es su mirada, sus expresiones, la amabilidad de su ser lo que me atrapó.

Entonces respire hondo para dedicarle unas palabras. Ella se sonrojo antes de que pudiera decirlas, se escondió tras su bolso y se encogió como un gusano. Tan sensible y expuesta se sentía que a todo respondía de la misma forma: con la cabeza abajo y el cuerpo recogido. Por un instante me miró fijamente y dibujo otra sonrisa. Dejo de llover y entre tanto sudaba y sudaba. Esta vez nos sentamos bajo los árboles para disfrutar de una brisa acogedora., pero ni la brisa podía con sus gotas de sudor Las lámparas que a nuestro alrededor nos observaban iluminaban su rostro. Ella soltó su cola de caballo para acomodarla un poco y mientras el viento luchaba con su cabello, la noche seguía sólida y hacía calor.


-Creo que estoy sudando demasiado. Ahora debo atender una llamada.

Así es. Su teléfono celular interrumpió la calma. Era su madre del otro lado con algo importante por decir. Claudia caminó de esquina a esquina como si algo le preocupara. Llevaba su mano a la cabeza y rascaba un poco. Llevo su mano a la boca y se inmutó. Era cada parte de su cuerpo con un movimiento independiente. Parecía un artista de circo. No pude contener la risa y ella me acompaño apenas noto mi expresión. Pensé que tardaría más en su llamada pero colgó en cuanto pudo para seguir conmigo.

- Claudia… ¿Que esperan las personas de usted? – Le pregunte de inmediato.

- Creo que las personas esperan que sea sensata. Siempre me he caracterizado por ser seria y tranquila. Tanto que he aprendido a escuchar a las personas. Mi familia, mis compañeros de clase, seres cercanos, todos encuentran ese apoyo en mí.

-Esa es una cualidad y ¿un defecto?

-Tengo la manía de hacer shows. Me dan ganas de pararme de cabeza y molestar a las personas pero… olvido por completo que hay quienes no me prestan atención. Entonces termino siendo ignorada. Los shows se dan por diferentes sentimientos y los demás nunca sabrán si se trata de algo serio o no. Quisiera que fueran más atentos a esto. A veces quisiera tener el poder de ser invisible y poder disfrutar de muchos lugares sin restricciones. Pero también me serviría para esconderme. Soy una persona solitaria en general. Trato de no molestar a los demás y aprovechar mis espacios.

Nos quedamos en silencio por unos minutos. Todos alguna vez quisimos ser invisibles para evitar señalamientos o simplemente para alejarnos de los problemas. Hablar con Claudia entonces fue casi que hablar conmigo mismo y también se trató de una conversación con la misma afrocolombianidad. Tímida, invisible y visible al mismo tiempo. Vi los colores de la cultura afro marcados en el cuerpo de Claudia, porque no es solo su piel, también se trata de un sinfín de elementos que juegan bien en ella. Como la música no puede ser sin la melodía, Claudia no puede ser sin sus raíces.

Antes de que la noche nos arropara por completo y que tuviéramos que despedirnos por fin de la Universidad en medio de la multitud que salía desbaratada por entre los pasillos y los caminos. Le hice dos últimas preguntas.

-¿Cuál es su ideal de felicidad?

-Mi ideal de felicidad es tener tranquilidad. Quisiera despreocuparme por el dinero, también quisiera que los demás dejaran de verme mal. Quiero conocer distintos lugares de mi país y el exterior. Lastimosamente el dinero nos limita a todos los seres humanos. También me gustaría estar rodeada de personas optimistas, le dan otro sentido a mi vida.

-Hay un motor en su proyecto de vida y es su comunidad afrodescendiente ¿Qué les diría en este momento, si todos pudieran escucharla?

-Les diría que no se preocupen por los demás. Deben pensar en sus sentimientos, medir las acciones para sentirse siempre bien. Lo mejor es estar encaminados por el buen camino y no estar equivocados. Debemos amarnos como somos para que los demás nos vean así: con amor. Aunque hallan personas que piensen distinto a nosotros, no debemos permitir que nos roben esa magia que nos hace únicos, afros, afrodescendientes, afrocolombianos. Estoy muy orgullosa de todos.


Fue así como por fin acompañe a Claudia hasta la salida de la universidad mientras nombraba algunos trabajos que tenía por hacer en casa. En mi cabeza tenia ideas locas sobre sus ancestros y es que Claudia Marcela Moreno Díaz tiene 21 años de edad, pero la situación inhumana de la esclavitud, de las mujeres y hombres africanas tiene siglos de existencia. El trabajo forzoso de los esclavos concluyó con el número de jóvenes afro en instituciones de educación superior. En la historia tanto se humillaron las familias de África pero ahora sus hijos: Esta generación de la que hace parte Claudia, se ha mantenido por su fortaleza y su valentía. Han defendido la vida desde la educación. Se unieron y son una sociedad dominante, un lazo y huella en la conformación de la cultura colombiana.

He cumplido con mi propósito y estoy satisfecho de haber estado cara a cara con una mujer hermosa y por supuesto con un libro, una historia y un legado envuelto en piel negra. El color de Claudia es imposible borrar de la memoria. Aún recuerdo verla alejarse de mí con pasos sutiles y cortos. En medio de la multitud podía verla cargando en su espalda y llevando en sus brazos ese deseo irrompible de hacer el bien sin mirar a quien. ¡Que orgullo ser afrocolombiano! Llego el tiempo de pensar en lo que tanto Claudia repetía: “Las palabras son solo palabras”. No basta con hablar, se trata de salir, empaparnos de los demás y enriquecernos con el universo que hay en cada persona. Demostrar a través de hachos que queremos un cambio en nuestra sociedad. Tenemos que ser más hombres y mujeres con liderazgo, capaces de unirnos en familia sin importar las condiciones a las que estemos expuestos o las diferencias que creemos tener.

La cultura y la espiritualidad nacen del corazón. Al corazón lo tenemos que escuchar.


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