Del bipartidismo de los 50 al conflicto del 90
Por: Said MonteAlegre, Nelson Castillo
Alrededor del país se puede encontrar miles de historias de dolor, de vida o de luchas. En cada rincón de la patria existe una víctima dispuesta a contar su relato, que se suman a las 8.794.542 historias de otros afectados por el conflicto armado registrados en la Unidad para las Víctimas.
El 9 de abril del 2017 fue el día declarado para rendirles un homenaje, día en el que el ex presidente de la república sembraba un árbol como acción que genera vida. Este día se hizo un llamado a la no repetición de estas acciones que han desangrado el territorio nacional con miles de masacres y experiencias individuales que han estado vinculadas a los actores armados que han tenido mayor presencia en la zona rural.

Le puede interesar: Narrativas visuales: lo que ha dejado la guerra.
En la vereda El Gallo, en las montañas del departamento del Tolima, la guerra no estuvo al margen. La siguiente crónica está dedicada a la conmemoración de esas víctimas y a entender el contexto del conflicto en las laderas del Cañón del Combeima, por medio de la historia de José Delgado, campesino desde que tiene memoria y dueño de la gallera de la vereda.
El rostro de la injusticia: la historia de José Delgado
El sol estuvo a favor de José Delgado, el camino de su vereda a la plaza de la 14, en el centro de Ibagué, en el departamento del Tolima, duraba más de 4 horas a pie, él cargaba un racimo de plátanos para venderlos en uno de los puestos que posan a las afueras de la congestionada plaza. Todo tipo de personas se encontraban en aquellas vías llenas de verduras y frutas extendidas a lo largo del suelo.
José, siempre tiene el gusto de encontrase a algún paisano, ya sea don Jacinto, doña Consuelo o cualquier conocido que bajaba a la ciudad para vender sus frutas. Pero ese día no hubo nadie a quien saludar, solo fuerza militar y docenas de personas que van y vienen por las calles, era un día normal, nada nuevo; pero no faltaron más de tres minutos para que a José, ya con 59 años, sintiera el terror que por años acompañaba la historia colombiana.
La historia del país ha estado marcada por numerosas guerras civiles, los conflictos políticos desembocaron en la constitución de grupos al margen de la ley, entre los que se encuentra las FARC-EP, quienes con mano armada se dedicaron a atacar a la fuerza pública a lo largo y ancho del país. En el 2002 el presidente Álvaro Uribe anunció su mayor interés, garantizar la seguridad, justicia y democracia en el país, la seguridad democrática, que fue su política fundamental, se proponía fortalecer las fuerzas del estado y el involucramiento de la sociedad civil en la lucha contra los grupos armados, esto por medio de un aumento en las recompensas para quien colaboraba con información.
Volcando el interés de la nación en fomentar la seguridad, esta política obtuvo apoyo internacional por parte de Estados Unidos, los medios anunciaban el despeje de vías y el aumento de fuerza armada. Se consiguió un ambiente de tranquilidad para muchos, pero por otra parte estas medidas atacaban y violaban los derechos de las comunidades más vulnerables y afectadas por la violencia.
No se necesitó de mucho tiempo para reducir a aquel campesino humilde de la vereda El Gallo, en las montañas de Ibagué un grito “¡Ese es!” Un grupo soldados en cuestión de segundos detuvieron a José “guerrillero, guerrillero” repetían con voz firme. Guerrillero, esa fue la única respuesta que recibió por parte del ejército quien lo encerró en la cárcel de Picaleña.

Su esposa a penas se enteró de la captura fue en busca de él. Las repuestas no fueron muy alentadoras, según las fuerzas militares, el señor José había incurrido en el delito de rebelión y terrorismo, como comandante “Quillo” fue identificado: un guerrillero que tenía actividad en el municipio de Río Blanco en compañía de más de 300 hombres.
Fueron tres meses de incertidumbre donde José Delgado y su familia trataban de zafarse de los reprochables procesos judiciales con los que eran perjudicados cientos de civiles gracias a las medidas del gobierno militarista, que tenía como objetivo principal, el exterminio o derrota militar, por parte de las fuerzas gubernamentales contra la insurgencia.
Los días que trascurrieron en Picaleña lo puso en el mismo lugar con él último de los 60 campesinos que fueron liberados tras ser declarados inocentes, después de ser detenidos por rebelión, días antes de la masacre de Cajamarca. La política del gobierno parecía tratar de involucrar a cualquier civil que no tuviera capacidades de defenderse y hacerlo pasar como un criminal, todo gracias a los incentivos que recibían los soldados por mostrar cifras y bajas, lo que motivo las operaciones de falsos positivos.
Meses antes de que José fuera retenido en la cárcel en el año 2007, ya se venían presentando un centenar de casos por presos políticos y falsos positivos, producto de las políticas de la seguridad democrática del entonces presidente de la república. Según las cifras arrojadas por la Defensoría del Pueblo solo en el departamento del Bolívar, de 328 personas capturadas masivamente 231 fueron acusadas por la fiscalía de rebelión, lo que mostraba los fuertes operativos anti insurgentes, tiempo después fueron liberados, pues el material probatorio no tenía los suficiente argumentos.
El ejército arremetió contra José, por la acusación de un falso informante, en esos días abundaban las recompensas por información que diera con la captura de los insurgentes, esto llamó a inescrupulosos que se prestaron para atacar a campesinos humildes y pasarlos como actores de la guerra. Tres meses tuvo que aguantar hasta que un respetado abogado lo libró de los maltratos psicológicos, las lavadas con agua fría en las madrugadas y las sobras de comida con las que era alimentado.
Ahora, 10 años después, mirando hacia donde debería verse la capital tolimense, que es cubierta por las nubes de invierno, José luce un rostro desconcertado. Mientras sigue con el relato, a nuestro alrededor solo hay niebla y retumban las gotas de lluvia en el zinc, la vereda en tiempos de verano ofrece una vista increíble de la ciudad, según cuenta su esposa. Ellos han vivido más de 60 años acá, llego a El Gallo cuando tenía 10 años y hoy sus arrugas son muestras de la lucha que ha librado para sobrevivir. La vereda cuenta con una zona boscosa de reserva hídrica que surte de agua al principal afluente del lugar, la quebrada ″La Calera″.
Antes de llegar al campo Ibaguereño, el señor Delgado pasó por Carmen de Rovira y Villarrica, siempre tratando de huir de la violencia y la precariedad que se mantenía en la zona rural, la más afectada y atacada por la fuerza estatal. Sobre 1800 metros de altura, a 40 minutos distancia de Ibagué, El Gallo ha sido un corredor estratégico que conecta al Tolima con el departamento de Quindío, gracias a su zona montañosa en la parte central del país, el lugar tuvo una gran concurrencia de “autodefensas campesinas”, “pájaros” y “bandoleros” en la época de la violencia (1950), y en la historia reciente la proliferación de paramilitares y grupos guerrilleros.
Es un día frío, sin duda, José se empina para cortar un racimo de plátano para su señora, que, vestida con un delantal de lona y con destreza profesional, hace las empanadas y pasteles que venden en su pequeña gallera, donde han sobrevivido a la precariedad extrema y la ley del más fuerte. A mitad del siglo XX su esperanza persistía mientras los vecinos abandonaban sus tierras por la desdicha que trae la guerra. En el lugar se sintió la intensidad del conflicto y dejo varios hechos que, para José y muchos de sus vecinos serán recuerdos.
“Sin zapatos se vivía, la vida se limitaba a plantar papa, yuca, arracacha” relata José, en las mañanas se levantaba y bajaba a la ciudad para vender lo que produjera el pedazo de tierra en el que también se escondía, metido entre los árboles y con poco más que su ropa para no ser sorprendido por las patrullas de conservadores o liberales que pasaban ajusticiando al que estuviera en su camino “se requería la cédula a todo el que encontraran , si los conservadores encontraban a un liberal, era ajusticiado en el lugar; lo mismo con las patrullas liberales quienes eran mayoría acá”.
José escucha ranchera ya sentado sobre una banca de madera y con los recuerdos de esos días de violencia que tuvo que presenciar desde su infancia. Recuerda los conocidos “cortes de franela”: Este método consistió en cortarle el cuello al campesino y sacar su lengua por la herida. El método de decapitación era utilizado constantemente para causar terror entre los campesinos y mitigar la ofensiva enemiga.
Desde muy pequeño este hombre ya cansado por la edad pudo presenciar los actos de sevicia que se cometieron en medio del conflicto bipartidista; el que más recuerda ocurrió en la vereda de Charcorico, alcanzaba apenas los nueve años, estaba con su madre en su casa. Aun no comenzaba el medio día cuando llegó la noticia, dos familiares habían sido asesinados por los conservadores. Se llevaron sus cabezas para verificar si eran los buscados. Ese mismo día otros dos cayeron, entre ellos un viejo al que le habían propinado 50 hachazos. Legó a Ibagué en compañía de su madre, los cuerpos de sus seres queridos, empacados en lonas manchadas de sangre, permanece en su memoria, el primero de muchos que hubiera querido no vivir.
Ahora no se queja de nada, se sostiene con lo que puede y sabe de la suerte que corrió, pues no todos pudieron ganarle la batalla al salvajismo de la violencia y disfrutar el triunfo: la vida.
Fuentes:
Registro Único de Victimas (RUV).
Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).
Fundación de Ideas para la Paz (FIP).
#Victimas #Conflicto #ElGallo #CañóndelCombeima #NoMeOlvides #DíadelasVictimas #Tolima #Ibagué #MemoriaHistórica #2019 #Historia #DerechosHumanos #realismomágico