Gualanday, tierra que arde en belleza

Es un dĆa soleado en Gualanday, Hace calor, pero es soportable comparado con otros dĆas. El escaso viento batea suave y se mueve entre mis cabellos. Me hallo en la puerta de mi casa. El calor humedece mis poros. Me aproximo a la carretera. Los vehĆculos pasan frente a las casas como si se tratara de un gran desfile de autos: unos grises, otros rojos, algunos blancos, pocos azules. Pasan uno detrĆ”s del otro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, sigo contĆ”ndolos. Es fin de semana y con festivo incluido.
Alberto se encuentra de pie, lo que indica que las ventas andan bien. Su rostro aparenta cansancio, no solo del dĆa si no de los largos aƱos que se le han acumulado. Su espalda levemente encorvada recuerda los sacrificios con los que carga. Pero Ć©l siempre que me ve me saluda, muchas veces con gran entusiasmo. Me gusta fijar mi mirada en su rostro cuando me saluda con una sonrisa, de esas que redondean su cara larga y plana. Esas mejillas se inflan de alegrĆa y los ojos regresan a la vida.

Cruzo la calle. Me siento a la sombra del Ć”rbol de almendro viejo. Hay unos cuantos mĆ”s de ellos, pero este tiene donde descansar. Miro el asfalto, es duro, muy duro. Arde el asfalto y a veces de tanto arder, tengo la percepción de que se estĆ” derritiendo. Lo Ćŗnico que parece adornarlo son las figuras que se dibujan de la sombra de los Ć”rboles, pero todo los demĆ”s brilla. La luz del sol hace chillar el color de cada objeto, de cada ser. Camino muy cerca de la vĆa, rĆ”pidamente se calientan los zapatos. AsĆ de rĆ”pido empiezo a caminar huyendo del al sol, llego a un Ć”rbol y me recibe su sombra. Si no se deforestara, no andarĆamos con el entrecejo arrugado y necesitando sombrilla para detener tanto rayo solar que nos llueve en la cara. Vuelvo a caminar rĆ”pido, como casi corriendo, un poco mĆ”s lento en la sombra.

Llego al parque y observo la gente y sus diferentes miradas, en una esquina rĆen, en otra parece que estuvieran pensando demasiado en sus problemas, hay algunas personas que disfrutan de una conversación tranquila, y algunas otras que pasan horas con el paisaje como compaƱĆa. Las personas con sus diferencias embellecen el lugar y contrastan con la concha acĆŗstica que siempre estĆ” solitaria, como casi pidiendo a gritos que la rescaten del olvido. Y a mĆ que me gusta mirar el cielo, procuro no tropezar la vista con el techo de esa tarima.

Recuerdo que hay momentos en este lugar, donde solo algunas escasas nubes se mueven al ritmo de ellas mismas. Todo suena a calma, solo se oye el silencio. Los perros callejeros duermen y duermen, he pensado que podrĆan estar muertos; de repente abren sus ojos y ya sĆ© que no estĆ”n muertos, pero vuelven a cerrarlos: Leento, muy leento. Las personas tambiĆ©n se detienen. La otra vez un chico estaba sentado con sus piernas estiradas, vistiendo solo unas pantalonetas azules, en sus manos sostenĆa un smartphone. Fui a la tienda por un encargo, cuando regresĆ©, seguĆa hipnotizado con ese aparato. AsĆ se detiene la gente, y mucho mĆ”s si se mueve al ritmo de un pueblo. Los abuelitos se duermen en sus sillas, cierran sus ojos, abren sus bocas. El tiempo parece detenerse, que vida tan pausada, tan relajada. AsĆ deberĆa ser cada siempre la vida.

Gualanday es belleza tambiĆ©n gracias a la gente que trabaja. Ana es una mujer ejemplo de esto, ella se despierta a las 5 de la maƱana todos los dĆas sin falta. Espera las 120 botellas de leche que llegan; una hora despuĆ©s y con el saludo del sol inicia la preparación. El suero del dĆa anterior lo cuaja con la pasta (de cuajar), esa cuajada la exprime agregĆ”ndole a continuación sal, la pone a cocinar 40 minutos, se baja⦠āNo hay que dejarla muy frĆa⦠ahĆ empiezo a partirla con un tenedor y un cuchillo en la mesa. AhĆ la dejo enfriar, arreglo la hoja y la envuelvo, la saco a la ventaā recuerdo que me contaba la otra vez la seƱora Ana sentada en la sala de su casa, a su izquierda estaba la cocina, de donde salen los famosos quesillos.
El arte de preparar quesillos lo aprendió de su padre, el seƱor Luis Felipe Gonzales, oriundo del LĆbano, Tolima. āMi papĆ” toda la vida fabricó quesillos y con eso Ć©l nos levantó a nosotros, nueve hijosā comentaba con orgullo mirĆ”ndome. El seƱor Luis, fue uno de los primeros quesilleros de Gualanday, y su casa, cercana a la estación de policĆa de hoy en dĆa, alguna vez fue una fĆ”brica de quesillos.
El quesillo ha sido uno de los productos mĆ”s vendidos en Gualanday, se caracteriza por ser un producto a base de leche con sabor a campo, el cual se convierte muchas veces en el mejor pasaboca para cualquier momento del dĆa. Como la seƱora Ana, otras personas tambiĆ©n viven de esta actividad, vender sus alimentos a orillas de carretera. Las ventas han bajado. La movilidad por la zona ha disminuido por causa de un proyecto de concesión vial, de esos que el Gobierno impone por encima de los intereses de las comunidades que resultan afectadas. A pesar de los huecos que en el corazón del cerro en Gualanday han abierto, Gualanday es una llama que no se apaga y que cada vez tiene mĆ”s fuerza. Gualanday no solo tiene carretera. Lo que la hace estar viva, poderosa y encendida es su gente, esa que se resiste a dejar la tierra en la que crecieron y le ofrecen otras salidas.
Sigo sentada en este muro de ladrillos despicados. Recordando mientras espanto ese zancudo que me estĆ” rondando hace rato los brazos, Veo a las personas que caminan despacio por los andenes, Ā”ja! ĀæCuĆ”les andenes? Pasan sin pisar la lĆnea blanca de la calle y es todo. Los andenes no existen si no hay suficiente espacio entre el carro y la persona. Pero acĆ”, casi se tocan. El calor de las tractomulas arropa el cuerpo y el viento, que dejan a su paso, empuja con fuerza aturdiendo el sentido del equilibrio. Pasa primero una seƱora que lleva en su hombro una toalla, vistiendo unas prendas ajustadas y ligeras, que marcan su abultado cuerpo. Ella, seguro va para la quebrada, donde cada fin de semana, buscan refrescar sus cuerpos, sus vidas, el alma.

Gualanday históricamente ha sido un sitio turĆstico y de belleza natural muy privilegiada, con rio, quebradas, fauna y flora que la hacen atractiva para muchas personas, por eso los citadinos la prefieren para descansar. En otro tiempo las aguas de Gualanday las consideraban milagrosas. Esto me lo contó Don Luis, el viejito que teje atarrayas. āVenia gente de CĆŗcuta, BogotĆ”, MedellĆn, Bucaramanga a baƱarse porque la quebrada era medicinal en esa Ć©poca. Venia gente enferma, tullida⦠en dos meses ya se alentaba. Eso ya hace mĆ”s de 50 aƱosā.
Ćl en su juventud, ācargaba a las personas hasta la quebrada y ganaba unos buenos pesosā. AdemĆ”s de vender frutas y hortalizas, que tambiĆ©n en aquel tiempo sobraban en este pequeƱo pueblo, yo creo que en todos los pueblos. āSe pagaba un peso por las tres comidas diarias. HabĆa mucha naranja, papaya, yuca, plĆ”tano, mango, guanĆ”bana, ciruela, mandarinaā. y mientras sus manos terminan de tejer su atarraya va diciendo:
āVenĆan familias o grupos de 10, 12, 15 personas y se quedaban dos meses y al pedir la cuenta no alcanzaba a ser el millón de pesos. en esa Ć©poca era barato todo porque la comida abundaba. Hay gente que venĆa con 8, 10 millones dispuestos a gastarlos aquĆ en Gualandayā.

Este lugar tiene muchas historias por recordar. Cómo olvidar el Ć”rbol de mamoncillo que era donde nos subĆamos cuando Ć©ramos niƱos, solo para elevarnos y sentir que nada nos impedĆa llegar a lo alto. Nunca nos caĆamos, a veces competĆamos, pero siempre nos divertĆamos. Me acuerdo de la casa vieja que no pintan hace aƱos, con su pĆ”lido verde y sus tejas cafĆ©s y estĆ” justo al lado de la casa que tiene piscina y jardines perfectamente cuidados. Recuerdo el perro que siempre me ladra tras esas rejas oxidadas que queda al lado de ese puesto de salud abandonado y desgastado. AtrĆ”s se queda la casa de piedra, donde vive la familia de mi mejor amigo de colegio, una casa cuyas paredes no tienen pintura, en cambio unas piedras de rio cubriĆ©ndola casi por completo.
Después de media hora de estar allà sentada, recordando, escucho el sonido de un bus, espero que en un futuro cercano los buses sigan pasando tal vez un poco mÔs rÔpido que ahora y traigan a mÔs personas para que se enamoren de Gualanday, una tierra que arde en belleza.
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