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La calle tiene vida

Son las tres de la tarde en la ciudad Ibagué. El calor se mezcla con algunas nubes grises que empiezan a cubrir el sol. En la carrera tercera van corriendo unas cuantas personas, y en sus caras se percibe la angustia que provoca el diario vivir. Una mujer detiene su paso apresurado frente al Teatro Tolima, observa de medio lado a una pareja que hace música con una guitarra y un micrófono, saca algo de su bolso, y continúa su camino casi sin notar los sonidos que hace dicha pareja. Así avanza el día para estos artistas, miles de personas pasando a su lado sin detenerse unos minutos para presenciar y escuchar lo que hacen.


Foto: Álvaro Guzmán


Al llevar a cabo un recorrido desde la Catedral de Ibagué hasta la llamada Calle Bonita, nos vamos a encontrar con lo que parece ser un corredor cultural. En medio de las voces, gritos, propagandas, y demás ruidos del concurrido centro, se escuchan algunas melodías diferentes. En la primera esquina dos artesanos, tres, cuatro, cinco; alcancé a contar diez. Unos frente a los otros. Manillas tejidas, collares, aretes, anillos, son tan solo una pequeña muestra del trabajo de estas personas. Una pareja se acerca a uno de los vendedores, observan unos aretes rojos en forma de mariposa, entre charlas regatean el precio, y finalmente se los llevan.


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-Hoy no es un día de muchas ventas. El clima poco ayuda, y la gente poco se interesa por lo que acá se hace. -menciona Joaquín, un señor moreno, no muy alto, de unos 50 años. Quien, con una lona extendida en el suelo, muy cerca al Banco de la República, ofrece sus productos hechos a mano. – Si soy sincero, siento que a la gente no le importa ver lo que hacemos porque estamos tirados en la calle. Nos ven mal, invadimos el andén, y bueno, yo los entiendo, tal vez es incómodo; pero, así como sale la gente a trabajar, nosotros nos buscamos el trabajo acá. Esta es mi oficina. -Mientras me hablaba, Joaquín seguía trabajando con sus manos. Un giro acá, y un nudo allá, y ayudado de pinzas sacaba unas flores que hacían juego con una pulsera verde y amarilla que ya exhibía en todo el frente de su improvisada tiendita.


El ambiente se pone más fresco. Ayudado por el viento que empieza a golpear las calles del centro, un saxofonista hace más agradable el día. El hombre, elegante, de traje oscuro, y con un sombrero que completa su atuendo, se dispone a hacer un concierto callejero con el fin de recibir alguna ayuda. Dejándose llevar por la música un habitante de calle empieza a bailar torpemente mientras recorre las calles descalzo. Y un par de ancianos sentados en una banca justo al frente del saxofonista, son su único público.


El día no es habitual para estos artistas. Los transeúntes generalmente son más amables. Se detienen tal vez unos minutos, escuchan, dan algunas monedas y siguen. Pero hoy no. Este día parece haber un afán por el presagio de la lluvia, el clima es distinto, y no hay tiempo para la calma. El saxofonista se percata de mi presencia, e intenta esforzarse un poco más. Al final logra que unas cuantas personas se detengan a verlo, y en medio de aplausos termina su intervención.


-El arte en Ibagué no es tan apreciado. Usted ve acá resto de músicos, en la Ciudad Musical, y pocas ayudas. Casi no hay apoyo para el talento local. -me dice Raúl, un vendedor de tintos que pasa con su carrito por la carrera tercera. -mire, yo conozco casi toda la ciudad, me la he caminado. Usted coge hacía abajo y ve muchos muchachos en los semáforos, en las esquinas, rebuscándose la vida desde su talento. Yo soy conocedor de la ciudad porque yo he vivido eso, y mire, acá ando vendiendo tinticos.


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Foto: Álvaro Guzmán


Así como lo decía Raúl, el arte en Ibagué se vive en cada esquina. Malabaristas con pines, pelotas, y machetes. Quienes son más temerarios al enfrentarse a las quemaduras y juegan con fuego, hasta los pintores callejeros, que con una lata de aerosol hacen grandes murales que embellecen la ciudad. Todos estos artistas salen a mostrar su trabajo e intentan vivir del mismo.


Pasadas las cinco de la tarde, las nubes que opacaban el cielo, dejan caer lluvia sobre la ciudad de Ibagué. Esa fue la señal definitiva para que todos los que allí se encontraban salieran a buscar refugio. El saxofonista, los artesanos, y a lo lejos la pareja con guitarra, comienzan a recoger rápidamente sus cosas. Ha llegado el fin de su día laboral, pero mañana temprano regresarán a sus “oficinas”.


Ibagué anochece con la lluvia haciendo parte del paisaje. En el ambiente el olor del café, la comida callejera y la lluvia se mezclan para resaltar el regreso a casa de los transeúntes. Un aire de esperanza queda en los artistas que esperan haber dejado una huella en las personas, para sí ser reconocidos en los días por venir. Las guitarras, pelotas, pinceles y demás instrumentos de trabajo ya descansan en sus estuches, junto con la ilusión de quienes los manejan, esperando poder expresar todo su talento y seguir dejando la marca de una Ibagué cultural y artística.


Foto: Álvaro Guzmán

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