La mujer de la piel anochecida

Llovía copiosamente, los olores emergían entre el lodo y el caminar de la gente, estremeciendo mi sentido del olfato, mientras nos dirigíamos hacia la casa de una mujer que permitiría hurgar en su pasado, esa tarde fría de sábado en Ibagué.
No tardamos mucho en llegar a la casa de Yamileth Cuero, pues su casa queda a media cuadra entrando al barrio Milagro de Dios, asentamiento de desplazados, ubicado detrás de la cárcel “Coiba” en Picaleña. El camino estaba un poco fangoso por la cantidad de lluvia que caía, y los olores no eran muy agradables, sin embargo, se sentía un ambiente ameno por la música y la gente que estaba sentada fuera de las casas, con sus familias y amigos, como en un fin de semana de descanso.
Yamileth estaba esperándonos con una sonrisa en su rostro, un abrazo nos bastó para entender la calidez que nos transmitía esta mujer de cabello trenzado y piel color de la noche.
No tardó mucho en ofrecernos jugo, yo lo recibí felizmente, porque a pesar de la lluvia y el frío, mi garganta estaba seca, aún tenía nervios de sentarme a intentar ser periodista, delante de una mujer que la vida le había pasado por encima abruptamente y no le había quedado más remedio que resistir y sobrevivir.
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Es claro que cuando la guerra pasa por encima de uno, solo quedan dos opciones, te haces mejor ser humano y explotas con amor y resiliencia, o te pierdes en ella combatiéndola sin fuerzas y derrumbado. Pero Yamileth, parecía ser de la primera opción, de aquellas personas que se transforman en guerreras, llenas de humanismo.
La casa está en obra negra, entre el baño y la cocina, aún entra el agua por el techo, desde la última inundación que tuvo, hace un poco más de cinco años, justo cuando perdió mucha documentación importante y fotografías que daban cuenta de su pasado. Yamileth tiene 2 Hijos varones, entre los 12 y 14 años, un par de jóvenes que se sienten más tolimenses que del pacifico.

La asimilación
“Lo mío fue una travesía, llegué al puerto de buenaventura, luego al puerto pinares, luego iba de casa en casa, con mi trabajo pagaba mi estadía, luego llegué a armenia, yéndome, diciendo a ver si usted me lleva, y las tracto mulas me llevaban, fue algo muy terrible, algo de película, y así fui llegando hasta el Tolima”, narra Yamileth, mirando la cámara con tranquilidad, mientras en la calle suenan las bocinas de las motos que pasan, haciendo su rutina de bullicio.
Llegó a Ibagué cuando tenía 16 años, pero antes recorrió muchos departamentos, buscando ayuda y huyendo de aquellos que le habían hecho tanto daño. Al llegar a Ibagué tuvo que dar muchas vueltas y ser parte del las cifras de desempleo, trabajando en la informalidad, pues esta mujer inició tocando puertas en restaurantes, buscando lavar los platos y ganarse unas cuantas monedas, pero no es fácil para alguien con el color de piel que ella porta orgullosamente.
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La capital tolimense, se ha caracterizado por ser una ciudad de “amarillos”, puesto que en la época colonial la mayoría de esclavos eran aborígenes propios del valle de las lanzas, quizás así, se ahorraban algo de dinero los esclavistas, debido a que un “negro” era más costoso que un “Indio”, por eso durante mucho tiempo era difícil ver algún afrodescendiente por la ciudad. La población afro desplazada, que hace un poco menos de 20 años ha venido llegando a la región.
Pero el proceso de asimilarse como ciudadana dentro de esta ciudad, no fue nada fácil para Yamileth, no solo por el racismo sino por la poca ayuda que recibió por parte del Estado. No obstante, con su rostro fruncido, Yamileth, va contando cómo ha sido todo el proceso para que el gobierno la reconozca como víctima, haciendo evidente todas las vicisitudes que ha tenido que pasar, desde el 2014 cuando decidió firmemente buscar ayuda y parar su silencio.
“Si conocías a alguien de adentro te ayudaban si no no, pero eso era lo que pasaba hasta que salió la resolución, que las víctimas del 80 hasta 2011 podían declarar, comprobaron que si existió lo que se decía, en los medios de mi desplazamiento, era cierto, aquí a algunas personas no les hacen eso, pensaron que les mentí”
Aún puedo imaginarme a la Yamileth adolescente, vendiendo tintos, con un carrito por la plaza de Bolívar buscando subsistir y poder labrarse un futuro, pleno y tranquilo, luego de haber dejado la guerra atrás. Mientras ella termina de describir los procesos que debe hacer una víctima para que pueda ser incluido en el Registro Único de Víctimas y recibir una ayuda anual por parte del estado.
La imagino en medio del relato, sentada en la esquina del semáforo de la quinta con 37, esta desconsolada, la mujer de la piel anochecida que busca una solución a su problema de desarraigo y despojo, en una ciudad llena de prejuicios y racismo. Pasarían muchos años para que se diera cuenta estaba convirtiéndose en símbolo de resistencia para muchas mujeres como ella.
Érase una vez en Nariño...
Al lado del mar, recogiendo pianguas, en un lugar propicio para vidas colectivas, un territorio que sonaba al ritmo de marimbas, donde Yamileth creció y cultivó sus sueños de infancia, que después perdió cuando unos hombres perversos decidieron llevársela a los 13 años. Lo que alguna vez estuvo invadido por grandes cantidades de palmeras con coco, que sus habitantes conocían como “cocales”, perdió ese sentido tan puro que generaciones atrás conocieron como su hogar; el “Bajito”, cerca a Mosquera- Nariño.
Ahora cuando alguien se refiere al sitio piensa en la cocaína; sustancia que se encargó de plagar la tierra, llenando de temor y violencia un terruño. Algunas familias nariñenses por medio de la fuerza empezaron a usar como medio de sustento, estos nuevos cultivos tras los continuos ataques de grupos armados narcotraficantes.
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Allí, Yamileth creció como cualquier niña de la zona, con su familia en medio de un caserío de madera y techos de zinc, de grandes zonas arborícelas, que poco a poco fueron cayendo hasta dar paso a plantaciones de amapola, desde donde las pequeñas montañas que conectaban con el océano, daban permiso a la vista de las zonas húmedas de nuestro colorido país.
Recordando su hogar, en lo primero que pensó Yamileth fué en sus amistades, con las que iba al océano a conseguir como fuera, algún rubro para darse un gusto. “En ese tiempo vivíamos de la piangua o concha, o sea de los moluscos, los sacábamos de la tierra y los vendíamos por docena“ Cuenta con alegría en su mirada mientras recuerda cómo era la vida en su terruño.
Una escena sin contar
“No quisiera hablar de ese tema, porque no he hablado de eso con mis niños, es algo que públicamente no se ha dicho”, dijo Yamileth porque no quería dar mayor detalle cuando empezó a recordar su experiencia con los grupos armados que controlaban la zona, “entonces cuando llegaron, no sabíamos de lesiones, qué grupo era. Entonces si necesitaban gente se la llevaban, si necesitaban niñas se las llevaban a los “aguelulos”, para fiestas”. Lugares que son más sino prostíbulos, creados por los narco-paramilitares para recluir niñas y mujeres jóvenes como sus esclavas sexuales.

De esta historia no quedan más que especulaciones, porque es difícil para la víctima narrar ante cámaras el hecho victimizante y más en presencia de sus hijos, así que Yamileth concluye conmocionada, que en ese momento y quizás por su corta edad, no reconoció el grupo armado que le causó tanto daño. Después de huir en barco, no le quedó más que el triste recuerdo, que más niñas se quedaron ahí, en ese lugar, recluidas en los "aguelulos”, amigas de las que hoy desconoce su paradero.
Mujer Resiliente
La luz de la lámpara daba contra su rostro mientras ella con su inmensa sonrisa, nos contaba lo orgullosa que se siente de ser afrodescendiente y de trabajar día a día por las demás mujeres afro y palenqueras.
“Estoy muy agradecida a dios porque a pesar de las adversidades, de caídas y heridas, me he parado. Hubo un tiempo que las heridas se las transmitía a mis hijos, pero me ayudaron emocionalmente, pero ahora me siento realizada como ser humano, porque sé que seguiré logrando cosas como víctima, como mujer, como afro”,
Acogida por la humildad nos explica Yamileth Cuero, ante las cámaras, que ser mujer, afro y desplazada en este país puede ser una desdicha, pues las condiciones del país no son las mejores para ser mujer.
“Aquí en Colombia ser mujer es un pecado, cree el país y el gobierno que creen tener derecho sobre la mujer, el gobierno abandonó mi zona, la fuerza pública solo iba cada elección, no analizó las personas que tenía trabajando para ellos y como estaban mentalmente, porque ellos causaron mucho daño en mi tierra, no solo los grupos ilegales, sino la fuerza pública. Yo fui una de las víctimas del gobierno y de los grupos armados”
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Mientras Yamileth habla mirando fijamente la cámara, las mujeres presentes asienten la cabeza. Ella prosigue con ímpetu, se convierte en esa mujer afro que se revoluciona en un instante cuando habla sobre el papel de las compañeras “La mujer negra, no es ser pecado, que no nos atropellen. Me encantaría poder trabajar en eso, me duele el alma, cuando pienso en niñas maltratadas física y verbalmente, porque tienen posibilidades pero no se lo dan por ser mujer, o mujer negra, mi enfoque ahora es trabajar tanto con víctimas como con mujeres negras”.
Ese sábado bajo el techo de su hogar, mientras la lluvia caía suavemente, y después de una charla con jugo de maracuyá, Yamileth nos contó cómo es ser una mujer resiliente, como las miles de mujeres que habitan este país.
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