Dinael Vargas Arias: El pijao que alcanzó la gloria en Guatemala
Por: Andrés Fuentes

Cuando me disponía a comenzar el ascenso a Puerto Banano, algo en mi bicicleta crujió, me preocupé, sin embargo, seguí, llegué con un tiempo de aproximadamente 50 minutos a la cima de la montaña, saqué el camel y bebí una bocanada de agua; mi rostro estaba cubierto por una mezcla de sudor y polvo arenoso.
Kevin, mi fiel compañero, el que años atrás me había enseñado a rodar sobre montañas, estaba esperando por mi desde hacia algo más de veinte minutos. Caminó en dirección hacia donde me encontraba y me dijo: “Hey parce, ¿qué pasó?, pensé que se había devuelvo”. Le comenté que algo ocurría con mi bicicleta, la miró, la volteó en posición en que las llantas quedaron mirando hacia el sol, con su mano las hizo rodar y escuchó el lenguaje del caballito de acero, “tiene las pastillas gastadas, hace falta engrasarla, y las gomas de las llantas están desgastadas de tanto andar en trocha, tiene que hacerle un mantenimiento”, asentí con mi cabeza, pues no sabía nada acerca de esto, salvo de montarme en el sillín y disfrutar los golpes que el viento le daba a mi cara.
Luego de descansar durante quince minutos iniciamos el descenso. El objetivo era llegar a Boquerón en treinta minutos, llegamos en cuarenta y cinco. Paramos en la calle que da a mi casa y antes de despedirnos señaló la dama de hierro negra que sostenía mi peso, “Andrés, si quiere vamos en la tarde donde el flaco del Ricaurte para que la repare”. Le dije sin dudarlo que sí.
El sol de las tres hizo su aparición por la ventana de mi casa y le escribí a Kevin sin recibir respuesta, tal vez estaría ocupado. Repentinamente se me vino a la cabeza la imagen de Harold, el novio de mi hermana, quien también solía salir con nosotros a ejercitarse. Le llamé por teléfono, le pregunté si conocía a alguien confiable que reparara bicicletas, me dijo que sí; me comentó que cerca a su casa, en el barrio el Jordán, había un señor al que le decían El Campeón, un tipo pulido en su trabajo y con un enorme carisma, “Es re buena gente”, finalizó. Le respondí que a más tardar el miércoles me aparecería por su taller. Era lunes.
Llegó el miércoles, tomé el desayuno, después me dirigí al cuarto de San Alejo, abrí la puerta y la saqué a que tomará el sol en un principio, pasados unos minutos la lavé, quedó radiante; me vestí y despegué rumbo al norte de la ciudad. “Preguntando se llega a Roma” me repetía mi abuela durante mi infancia, toda vez que me sintiera extraviado espacialmente. Como dicho que viaja de generación en generación, llegué al destino final y pude localizar el almacén.
Un enorme aviso con tipografía bastante legible entraba por mis ojos, la palabra “CAMPEÓN” era la que mayor visibilidad tenía, nunca se me pasó por la cabeza la historia con que me toparía.
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Entré al taller y un hombre de contextura delgada, irremediablemente atlética, nariz respingada, piel quemada por incontables tardes de verano y mirada victoriosa, me saludó con ánimo de como quien conoce a una persona de viejos tiempos. Le tendí mi mano y le conté lo que le sucedía a mi burra. Como cual cirujano que examina juiciosamente a su paciente, observó mi bicicleta, mientras se tomaba su tiempo decidí ver otras bicicletas exhibidas para la venta.
Detuve mi mirada por cada una de ellas, de repente vislumbré un cuadro en la pared que reflejaba el rostro de El Caníbal, ganador de cinco Tour de France, cinco Giros de Italia, una vuelta a España y junto a él Dinael Vargas Arias, el señor con apariencia de muchacho que hace unos instantes me había saludado y ahora se encontraba revisando mi bici; quedé perplejo.
Volteé mi cabeza para reafirmar la imagen de Don Dinael, no cabía duda, era él. Cuando me llamó a darme el dictamen de la dama negra, no sabía qué decir. Lo único que pude hacer fue preguntar: ¿Cuándo se había tomado esa fotografía junto al gran Eddy Merckx?, me respondió que era una foto del año 95, cuando el mítico pedalista había estado en Boyacá disputando el campeonato mundial de ciclismo. Mis palabras se fueron con el viento.
Me comentó que indudablemente mi caballito de acero necesitaba una reparación y debería dejarlo por lo menos durante un día, así lo hice; quedé de volver a los dos días, pues las responsabilidades de la universidad me impedían regresar por ella al día siguiente. Esa tarde tan pronto llegué a casa me entraron las ganas de indagar más acerca de Merckx y de otros monstruos del ciclismo.
El viernes se hizo realidad y salí por ella, la extrañaba, pues cuando la pasión es real, es impensable siquiera no sentir sensaciones de apego, me la entregó impecable, como nueva. A raíz de las historias que había visto la noche del miércoles a través de la pantalla de mi computador, llevaba conmigo una pregunta para Dinael ¿Cómo se había iniciado en el ciclismo?, me contó que su infancia la había vivido en el sur de la ciudad y que la práctica del deporte había iniciado, para ser más exacto, en el barrio Yuldaima.
Conversamos sobre este majestuoso pasado que lo había marcado para siempre, como persona pero también como deportista, miré mi reloj y noté que se hacía tarde para llegar a mi casa; la tarde comenzaba a caer, me despedí sin saber que tomaría un buen tiempo para volvernos a ver.
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Pasaron los días y en el transcurso de las pocas semanas el mundo cambió para siempre, por un reversazo que la naturaleza había dado a la humanidad. La pandemia había hecho su aparición y el cambio era innegable, cambió la forma de relacionarnos, cambió la percepción acerca del universo, cambió absolutamente todo. Sin embargo, en plena cuarentena mientras seguía las noticias mundiales, los periodistas informaron acerca de la supuesta postergación del Tour de France 2020. En ese momento fue inevitable no pensar en Dinael, hijo de doña Rosamelia Arias y Gonzalo Vargas, quien había iniciado su carrera en el barrio Yuldaima, luego de hacerse a su primera bicicleta a los diecisiete años por medio de un préstamo que el dueño del taller de carros donde laboraba le había concedido.
Seguí con la atención centrada en la televisión en donde estaban presentando las imágenes de aquellos gladiadores que desafían la naturaleza, atravesando terrenos en donde resulta impensable pasar luego de haber transitado más de setenta kilómetros y tener las piernas al límite de la explosión.
¿Cómo es que logran resistir tanto? fue el principal interrogante en ese momento, después de haber leído acerca de este maravilloso deporte, llegué a la conclusión que existe una fuerza la cual viaja más allá del plano físico y se acerca al plano espiritual, ¿acaso no es en el cerebro donde nacen los pensamientos y las posibilidades que de este se desprenden? la dificultad y la facilidad de hacer las cosas encuentran su génesis allí, existen en ese breve espacio.
El mejor ejemplo de ello fue precisamente la historia de Dinael Vargas, quien después de hacerse a su primer bicicleta comenzó una etapa en su vida llena de entrega, dedicación y disciplina, sus primeras rutas fueron llevadas a cabo dentro de la ciudad; primero al aeropuerto Perales, luego a la vereda Perico vía a Cajamarca.
Los años 80’s, década de oro para el ciclismo nacional, vio nacer a nuestro personaje en el circuito del barrio Yuldaima llevado a cabo por la iglesia en las fiestas de San Martín de Porres, ese fue su bautizo en la esfera ciclística, quedó en el segundo lugar y la sed de victoria ´se arraigó en su espíritu para siempre; más tarde la disciplina y perseverancia darían sus frutos, su condición física tuvo una notable mejoría en cuestión de pocos meses y ya su rutina no se hallaba al interior de la ciudad sino fuera de ella: Ibagué – Líbano, Ibagué – Espinal, Ibagué – Chaparral, fueron sus preferidas.
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Llegó el año de 1987 y uno de los equipos revelación por aquel entonces lo fichó. Ponymalta-Avianca se hizo con los derechos de aquel muchacho del sur de la ciudad. En este equipo participó en dos clásicas y cinco vueltas a Colombia, siendo la veintidós su mejor posición en la clasificación general. Nada mal para una carrera disputada por ciento treinta y nueve corredores en óptimas condiciones que dejan todo de principio a fin, entre míticos ascensos y peligrosos descensos.
Estos logros serían solo el inicio para un hombre, vendrían después carreras de talla internacional como la Milk Race en Inglaterra, donde doscientos veintidós ciclistas clasificados por selecciones se disputaban la gloria. Culminó en el puesto veintidós, siendo el mejor entre los colombianos.

Como el cóndor que extiende sus alas para zarpar vuelos ilimitados llegó en el 89 a El Salvador, ganando etapa, quedando tercero en la clasificación general y representando al Tolima de la mejor manera. Al mes de haber participado en la vuelta a El Salvador se presentó en la vuelta a Guatemala obteniendo su mayor logro allí, salió victorioso en esta edición la número treinta y uno, y se proclamó sin lugar a dudas, como uno de los mejores corredores tolimenses de todos los tiempos.
Su sed no se saciaba, quería ir por más, voló a el Ecuador y a las Antillas Holandesas, ocupó el octavo y quinto puesto respectivamente. No dudó nunca de su capacidad técnica, se hizo ciclista siguiendo el mapa de las constelaciones, como por mandato divino. Dinael Vargas no se halló, no se halla y no se hallará jamás haciendo algo que no esté relacionado con el ciclismo, porque este deporte lleno de más sufrimientos que de victorias como él lo cataloga, es su pasión y por el cual vino a este mundo.

Culminó su carrera profesional a la edad de 31 años, haciéndose a una imagen intachable en el interior del país que lo ha llevado a ser parte del equipo radial de Ecos del Combeima y Caracol Radio, sirviéndose de su experiencia para relatar competencias de carácter nacional como la Vuelta al Tolima .
El ciclismo le sigue como una sombra por donde quiera que vaya y la prueba reina es su hijo, quien lleva su nombre y es ciclista, además preserva el linaje Pijao; esfuerzo y coraje son dos palabras que caben entre este nombre de valientes guerreros que llevan la tierra del bunde en sus venas.