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Un maestro: artista, loco y aventurero

Del frío de la ciudad al calor de un pueblito viejo bañado por el sol y la verde naturaleza. Efraín Hoyos Osorio es un artista bogotano que decidió pasar su vejez en Gualanday.




Nació un 3 de junio del año 1955. No tiene muchas canas, pero sí un camino largo recorrido. Camina ligero, por cierto. Lo primero que llama la atención en su aspecto es su larga y abundante barba a veces algo despeinada. También sus ojos que casi saltan, pero se esconden justo detrás de sus enormes gafas.


Efraín en casa de sus padres año 2012


Efraín es un buen conversador, muy expresivo e intelectual. Habla de arte, literatura, fotografía y mucho más. Habla de ideas y sus proyectos. Viste camisetas blancas casi todo el tiempo, color que le da frescura e impecable simpatía a su presencia. Usa siempre un gorro que protege sus retinas. Las que cuida para seguir haciendo sus escritos y fotografías. Es que Efraín goza de un espíritu sensible. Se describe a él mismo como un artista loco y aventurero. Su voz es suave, casi un susurro, en el que arrastra la letra ese, propio de su acento.



Efraín junto a sus padres

Perteneciente a una familia “rolita emperifollada” como dice él mismo. Su papá fue controlador aéreo, mal negociante y mujeriego. “Mi papá era muy trabajador, prototipo macho alfa casanova de los años 50” y recuerda que a su mamá le decía “yo mando aquí, usted es mi mujer, usted me pertenece, esos eran los dichos y nosotros crecimos con esas cosas”. Pero Efraín a sus 65 años es un hombre que desde muy joven destruyó ideas heredadas y le encantó romper las reglas de su familia.












Creció en una familia de once hermanos, todos de baja estatura “éramos esos niños consentidos, zapaticos de charol, bien vestiditos, teníamos el privilegio de tener un tutor en la casa. Nos pagaban los mejores colegios. En esa época nos dábamos el lujo de tener juguetes electrónicos. ¿Quién tenía en los años 60 un avión de control remoto? Mi papá tenía un buen sueldo trabajando en el aeropuerto”. Su padre, comenta Efraín, fue quien recibió el avión del presidente Jhon F. Kennedy. Su madre fue profesora, una señora noble que trabajaba las manualidades. “Le tocó una época muy difícil, educada para ser niña de alta sociedad”. Educada para obedecer a la sociedad machista de entonces, sin derecho en su juventud a decidir ni siquiera sobre su propia herencia. “Cuando murió mi abuelita. En esa época la mujer no tenía cédula. Entonces ¿a quién le dieron la parte de mi mama? … a mi papá”.


Máscara en icopor creada por Efraín

La familia de Efraín en el bipartidismo del siglo pasado se incluía en el movimiento liberal. “Nosotros éramos liberales, con bandera roja” exclama con fuerza mientras suelta una risa. La economía del país en época de violencia entraba en quiebra, la familia de Efraín también sufrió la desigualdad del sistema económico y social. “En esa época me tocaba ayudarle a mi papá, me empezó a explicar cómo era que tenía que cortar vidrios, pulirlos, aprendí todo de marquetería”. Ese periodo fue donde tuvo su primera experiencia con el trabajo manual. A su mamá mientras tanto la contrataron para decorar escobitas. “Mi mamá compraba las escobitas ya hechas, les ponía forrito, las arreglaba, bien bonitas y las vendía a una empresa que lo distribuía en esa época como un producto exclusivo para las niñas. Entonces el trabajo de nosotros era que mientras mi mamá estaba cociendo, nosotros allá volteando cinturones, cortando ebritas; por un lado, mi mamá cociendo y por otro lado mi papá con la ferretería”.


La crisis económica llevó a que su familia se trasladara luego a Tocaima. En este lugar hay un cambio de vida con un contexto social de desigualdad que impacta a Efraín en su adolescencia. “Allá encontramos que nosotros llegábamos bien vestidos, bien bonitos y había niños que venían en alpargatas o descalzos en una pantaloneta toda raída, sin camisa, llegaban ahí a estudiar. Cuando nosotros en una época teníamos profesores en la casa y en un momento estábamos compartiendo con niños campesinos, eso lo choca, no es fácil”. Recuerda con nostalgia mientras se le encharcan los ojos.


Accesorios mitológicos y artísticos creados por Efraín

Para un muchacho acostumbrado al ruido y movimiento caótico de la capital fue un descubrimiento y un cambio extremo llegar a un pueblo donde encontró diversidad, tranquilidad y encanto. “En Tocaima había gente humilde, gente del campo”. Hace pausa y continúa con voz baja y temblorosa. “¿por qué cree que me enamoré de Gualanday? ¿por qué buscamos estos espacios?”


Efraín se encontró con un gran choque cultural que le cambiaría su percepción para ver, oír y sentir cada cosa. “Todos los fines de semana íbamos a una finca de uno de los compañeros, hacíamos las travesuras de los chinos en el campo, ir a bañarse a un rio, correr detrás de las vacas, vivíamos con esa dicha de pasarla bien, de vivir con esa libertad, con esa tranquilidad” pero la familia de Efraín regresó a la ciudad luego de salir de su crisis financiera, “llegamos a Bogotá a un ambiente inhóspito para nosotros, entonces era la gente toda acartonada, que llegaba de vestido de paño, que lo importante era el zapato bien embolado, tenía que estar bien peluquiadito, todas esas vainas y nosotros hasta ese momento habíamos aprendido a ser guaches como los niños de la escuela y en un colegio pituquito ya no encajábamos. Éramos chinos que hacíamos bromas, que nos burlábamos hasta de la profesora”.


Efraín en Ibagué año 2003


De esta manera Efraín empezó a notar que no encajaba. Esto lo confirmó al encontrarse con un panorama distinto al que siempre le habían enseñado. Se trasladaron a Mesitas a finales de los 60. “Llegar a Mesitas en pleno movimiento hippie y revoluciones estudiantiles y ver un poco de mechudos con el cuento del rock, que es una secuencia del rock and roll, a mis hermanos y a mí nos empieza a llamar la atención, ¿por qué esos tipos se vestían raro?, no se afeitaban, se dejaban el pelo largo”. Contagiado de la rebeldía juvenil empezó a dejarse el pelo largo también. A sus 17 años se dejaba crecer las patillas. Le gustó la vida del campo y se alejó del consumismo frenético que abunda en las ciudades. “Nos gustaba ir a los museos y ver pinturas, y en una de esas pasamos y encontramos: curso de pintura para los que se querían iniciar. Arrancamos ese cartel y llamamos y era uno de los grandes maestros que ha tenido Bogotá en pintura, era Franz Vila. Un profesor anarquista de la Nacional de artes plásticas”. Entonces le dijo a su hermano David, con quien compartía los mismos intereses, que asistiera. “Yo estoy trabajando usted aprenda pintura y me enseña”. Y en eso quedaron.


El profesor los invitó a que asistieran a sus clases en la universidad de artes plásticas. “El profesor Vila nos hablaba de arte, las diferencias del arte elitista y su contenido vacío. A él no le interesaba ganar plata, le interesaba era enseñar”. Efraín junto a su hermano se colaban en las clases de cine también dirigidas por el maestro Carlos Álvarez, director del documental “Los Hijos del Subdesarrollo”. En esa época comenzaba el movimiento del nuevo teatro, el cual también captó la atención de Efraín. Por ese tiempo ya se mostraba como un joven rebelde de ideas anarquistas, vestía alpargatas, sacos de lana y llevaba en sus venas la sangre artística heredada de los personajes de su familia. “Habían sido artistas, escritores, aventureros, si yo le digo el indio Rómulo, todo el mundo sabe quién es él y todos los poemas que declamaba son de Julio Roberto Galindo, tío de mi papa”.


Adornos creados por Efraín

Cautivado por la vida universitaria y los procesos artísticos se cargó de información y de su maestro aprendió a reconocer las diferencias sociales. “Franz Vila decía: el arte no puede estar en el salón para que lo vea la gente élite. Empezó a ir al barrio La Victoria, a los barrios marginados de Bogotá y cada pintor llevaba su cuadro, su dibujo. Yo no tenía nada, pero iba con David los domingos. Imagínese una exposición de pintura en una cerca, por eso en el sur de Bogotá hay un movimiento fuerte del arte. Todo eso nos empezó a influenciar, ahí nos metimos en el arte, pero no elitista sino el arte comprometido con lo social”. Estas actividades que se salían de las paredes academicistas dieron pie para que Efraín se enamorara de las comunidades populares.


A los 21 años se integró a un grupo de teatro y a la vez trabajaba para ayudar con los gastos de la casa. Las obras eran presentadas en el teatro del Parque Nacional o en los colegios donde eran invitados. “Llega un amigo, Julio Ferro, y nos dice, estamos formando un grupo de teatro, entonces yo me meto al grupo, me llamó la atención empezar a hacer teatro”. Es el momento en el cual empieza a perfilarse mucho más en el campo artístico.


Efraín en el centro comunitario La Victoria año 1987

En el 79 empieza a trabajar en una cafetería de la Asociación Cristiana de Jóvenes, más conocida como ACJ-YMCA, en la cual reconocen su nivel de conocimientos junto a su potencial en trabajo grupal y le hacen la propuesta de unirse a la organización. Efraín no fue nunca cristiano. “Lo más cercano al cristianismo son las ideas de Camilo Torres” dice en medio de su habitual risa pícara. La organización le insiste y argumenta que no es de culto religioso, “pero es que yo veo a esos niños jugando y es un club de niños bonitos y esa vaina no me gusta a mí” respondió Efraín. “A mí me gusta es ir a trabajar en los barrios populares”. Al poco tiempo lo llamaron porque iniciaban trabajo en un sector popular al que Efraín aceptó ir a comprobar si le llamaba la atención. El trabajo era en un barrio llamado “La estrella”, una invasión en Bogotá donde enseñaba a los niños a hacer títeres y todo lo que había aprendido. Y ahí se quedó, ya lleva 41 años en dicha organización donde aprendió de recreación dirigida, manejo de grupo y muchas más cosas, pero sobre todo estaba trabajando con la gente que él quería.



Efraín en la oficina de la ACJ

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Desde entonces también se dejó crecer la barba y ahora como ritual se la corta cada diez años. La acaricia con suavidad mientras se sumerge en sus pensamientos. Efraín, trabajó también como mimo y recuerda que un día para una función se cortó el bigote. “Me dejé la barba y fue la sensación porque fue el primer mimo barbado”.


Efraín elaborando un títere en el taller de teatro Universidad del Tolima año 2013

Conoció a la mamá del que sería su único hijo, un primero de mayo, en un tropel que hubo al frente del Banco de la República en la Séptima. “La gente boleando piedra, al rato volviéndose a reunir para ver qué había pasado, me encontré con dos amigos y me acerco a saludarlos y estaba una gordita ahí y apenas me voy acercando me va diciendo mamerto”. Se insultaron al mismo tiempo y luego se cansaron de insultarse y fueron a tomarse un tinto. A Efraín sí que le gustaba el tinto, le gusta todavía, hoy en día se toma tres tazas, pero antes se llegaba a tomar hasta 20.


Efarín con su hijo 1996

En el 81 nace su hijo Juan Camilo, quien hoy en día es músico guitarrista de una banda de metal. Efraín empieza a pensar en un trabajo estable y es cuando inicia a trabajar en un taller de fotograbado. Trabajó también haciendo transformadores. En el día tenía su trabajo y por la noche dedicaba su tiempo a entretener a la gente en una carpa con el concepto de un circo sin animales, era un espectáculo cultural sin maltrato animal. “Le llamábamos carpa teatro. En esa época una boleta valía 100 pesos cuando el salario mínimo era de 30 mil pesos. Duramos un año largo, eso fue el 82”.


Presentación Liceo Nacional


Luego la carpa no volvió a estirarse. Inició un nuevo trabajo en una fábrica haciendo bocadillos. También aprendió a hacer calcomanías para el cuerpo de bomberos que su papá había conformado, pero al cual no se había integrado porque debía seguir un régimen militar. Usar uniformes y cortarse el cabello no era su estilo. Trabajó también en una editorial donde descubrió la fotografía con una perspectiva social que luego en un nuevo trabajo con una fundación quiso intentar. Por sus ojos desfilaban imágenes cargadas de significados sociales y controversiales que nunca pudo registrar. “El trabajo en Cerro Norte, era en condiciones difíciles. El salón era una caseta prefabricada sin ventanas, en una loma, con la puerta desgastada y a los lados eran solo canteras. Eran chicos indisciplinados en condiciones paupérrimas, un foco de violencia y era duro”.


En diciembre el 89 llegó con su papá al Shangri-la, casa en Gualanday, Tolima cuyo nombre significa paraíso terrenal en la cultura tibetana. Intentó hacer unos cultivos hidropónicos “no me funcionó porque todas las semillas que yo compré eran para tierra fría. Aquí que se iba a dar lechuga”, comenta en medio de su aguda risa. Para ese diciembre hizo con la comunidad del barrio Industrial en Ibagué un pesebre con piedras. “Este pesebre para ese año había un concurso de pesebres Inter barrio y obtuvimos el primer puesto”. Esta misma experiencia se replicó en Gualanday.


Pesebre hecho con piedras en Gualanday, Coello- Toliima

Le compra luego una cámara a su hermano David recién llegado de Europa y empieza a tener experiencia con la fotografía, pero sin ningún conocimiento. Entonces en Ibagué ofrecen el curso en donde Efraín se enfoca en la fotografía social. “Hago el curso de fotografía en el 93 y al siguiente año se funda el club “Foto-Imagen 94”. Ahí conocí a Margareth Bonilla”. Ella, dice Efraín, fue su maestra de fotografía. En ese grupo experimentaron, aprendieron a usar filtros, iluminación, realizaron diferentes talleres dirigidos por invitados. “Me llamó la atención que la foto también era trabajo de laboratorio y había que manejar el concepto de la fotografía. Hicimos fotografía artística y se hacían foto paseos”. Efraín ahora es un amante de la fotografía nocturna.


Fotografía realizada por Efraín

En el Tolima no se acomodó fácilmente por lo que se devolvió a la capital. Trabajó con habitantes de calle en Bogotá en donde después de unos años una enfermedad lo llevó a la hospitalización. Una semana después cumplió sus 56 años. “En el 2011 me tocó el cumpleaños en el hospital, le dije a mi hijo cómpreme un cuaderno, un lápiz, borrador y un tajalápiz, en ocho días alcancé a escribir 40 poemas, duré quince días hospitalizado y los últimos ocho días después de mi cumpleaños empecé a escribir”. Por su estado de salud regresa nuevamente al Tolima a estar cerca de su familia.


Efraín junto a su librería- Fotografìa por Natalia Barrero

Efraín no se dejó derrotar y su salud pronto empezó a mejorar. Cuando entró el 2012 se inscribe al taller de literatura en Ibagué. “Ahí conozco a Martica Fajardo. Llegaba todo enclenque a empezar a escribir, en relata Liberatura”. Luego le publican en Argentina un cuento, también un cuento sobre la ciencia y el agua y un poema, “el año pasado llegué al taller y me dicen, Efraín lo felicitamos, su cuento está entre los finalistas y sí, quedó entre los 10 finalistas entre los más de tres mil participantes de 32 países. Como estuvo Gabriel García Márquez en Pupiales”.


Efraín en 2004 ya se había acercado a la literatura y la imagen está leyendo unas poesías en el reconocido encuentro Ibagué en Flor

Efraín regresa a Gualanday en 2018. “Yo estaba buscando dónde comprar y en Gualanday había una casa que estaban vendiendo, vi que era otro pueblo, vi que los bailaderos ya no eran esos rumbeaderos todos bulliciosos sino era más descansadito, era como volver a revivir la época cuando nosotros vivimos en el Shangri-la. Entonces eso que quedó en pausa lo quiero volver a retomar y eso es lo que estoy haciendo. Actualmente estoy viendo cómo pongo a funcionar esta casa, que se convierta en algo rentable. Creo que es hora de reunir lo que he escrito durante todos estos años y empezar a armar mi propio libro. Al menos ya he participado en convocatorias y me han dado certificados. No he recibido plata, pero tengo satisfacciones”. Afirma Efraín terminando con una de sus acostumbradas risas, mientras me mira con sus ojos siempre vidriosos que juegan debajo de sus gruesas cejas.


Efraín en la sala de su casa. Fotografìa por Natalia Barrero

Actualmente dirige el taller de teatro de la Institución Educativa Marco Fidel Suarez, en Gualanday, donde la profesora Flor Nahany García le acompaña en la jornada. “Efraín es una persona muy dinámica, comprometida y la experiencia que tiene hace que nosotros confiemos en que los muchachos tienen un buen docente. Es carismático, extrovertido, le sobra energía en lo que hace y eso lo proyecta a los muchachos y él pretende siempre que sus clases sean las mejores y que los muchachos den todo de ellos para que en un futuro puedan dedicarse a teatro, ser artistas, descubrir todo lo histriónico que los chicos tienen”.


Grupo de teatro en el colegio de Gualanday

En Gualanday vive con su perro Benji, con el que sale a caminar alrededor de la quebrada. El imponente sol lo perturba por lo que sale después de las cuatro de la tarde, pero los jejenes lo asaltan. Aun así, Efraín vive feliz rodeado de vegetación y una variedad de fauna. “Lo que he empezado a encontrar en el silencio, en la tranquilidad es la contemplación”.



Fotografía de Natalia Barrero

Efraín, un artista loco y aventurero, es lo que repite cada vez que se presenta con alguien. Un maestro que piensa diferente. Un maestro del arte que seguirá capturando con su cámara el mundo que lo impacta o lo enamora, mientras sigue escribiendo su propia historia.


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